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Patrias

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Patrias

EL BLOC DEL CARTERO

Nos cuenta una lectora su experiencia como espectadora de una exitosa serie basada en una novela también muy celebrada. Su argumento invita a un viaje a la memoria dolorosa de un tiempo no lejano que a todos nos interpela; como sucede con el dolor en general, y especialmente cuando se ha tenido próximo. Fue a verla en un festival y a la salida le preguntaron por la experiencia en una lengua que no es la que domina. Al revelarlo, y revelar de paso que tampoco era de la comunidad autónoma en cuestión, sino de otra adyacente, se encontró con que inmediatamente su opinión dejaba de interesar. Son esas patrias construidas desde el uso de un idioma como artefacto incapacitante, desde la mirada vuelta al propio ser con desdén hacia cualquier otro, las que esparcen el dolor por el mundo.

LA CARTA DE LA SEMANA

Recluso

Tengo 77 años y estoy confinado en una silla de ruedas que, al ser eléctrica, me da una total autonomía, ya que disfruto de buena salud, física y mental. Me encuentro recluido en una residencia privada, concertada con la Diputación, y digo bien ‘recluido’: me siento un ‘recluso’. No nos permiten salir de la residencia desde marzo. En la ‘fase’ en la que se encuentra esta provincia ya casi no hay limitaciones para el resto de los ciudadanos, menos para nosotros. Alguna orden de esa Diputación dice que las personas mayores podrán pasear, sí, pero sin salir del recinto de la finca. ¿Cómo se hace eso en una residencia urbana? «Paseando por los pasillos», me han llegado a decir. Quisiera que me expliquen por qué alguien a quien le han hecho test, análisis de sangre, varias tomas de temperatura al día, y dando todo bien, no puede salir a pasear o a hacer cualquier gestión solo por estar en una residencia. Se cuida el estado físico de las personas mayores, pero muy poco su estado mental y anímico. Encerrándome siento que me están sustrayendo días de vida: ‘vivir’ viendo desde una ventana cómo disfrutan de esa libertad los demás no es vivir, es ‘durar’, eso sí, perfectamente almacenado, no vaya a ser que me pille el virus por la calle y ocasione dolores de cabeza a terceras personas. Se nos están vulnerando derechos fundamentales y al resto les importamos más bien nada.

José Luis Pedrueza Vela. Barakaldo (Vizcaya)

Por qué la he premiado… Por conjugar, con franqueza y valor, el verbo más difícil por estos pagos.


El idioma como muro

Se estrena Patria, y tengo la suerte de haber podido verla en San Sebastián. Ningún pero a la adaptación del magnífico libro: recoge su esencia y los actores están en estado de gracia. Pero todo tiene su cara B. Tras la proyección, dos periodistas se acercan a mí para recabar mi opinión.Supongo que no hay muchos más espectadores. Se dirigen a mí en euskera y les aclaro que no lo hablo, que soy de Santander, y espero la repregunta en castellano. Su cara de asombro me descoloca: ¿tan raro para ellos es que quien no sea vasco esté interesado en el tema? Pasado el estupor, murmuran un: «Ah, claro, normal que no hable euskera, es de Santander». Y automáticamente mi opinión deja de importarles y se marchan buscando a un espectador euskaldún. Ahora el estupor es mío. Soy española, historiadora, el conflicto vasco me afecta como a cualquiera interesado en la política y la vida. Pero el idioma, que puede ser un puente o una barrera, funciona aquí como muro. Una pena. Quizá, pienso sonriendo, debí hablarles de mis apellidos vascos, tres entre los diez primeros.

Esther de Arozarena de la Lama. Santander


Feliz rodeada de libros

Querido papá, sé que el sector editorial pasa por dificultades (igual que casi todos los sectores) y está adaptándose a las nuevas tecnologías y a los nuevos humanos que lo quieren ya todo (yo incluida). Pero quiero decirte que mi sueño es trabajar ahí. Lo sé desde bien pequeña. Soy un ser creativo y sensible. Sé que en esta sociedad tan productiva no te enseñan a infundirle ánimos a tu hija cuando está estudiando un doble grado en dos idiomas. Pero ella quiere ser feliz rodeada de libros. No importa que el sector esté chungo si ella tiene fe y hace todo por conseguirlo. Queridos padres del mundo, deberíais apoyar el talento de vuestros hijos, aunque eso les suponga ganar quinientos euros menos al mes.

Matilde Porres Jiménez-Hoyuela. Sevilla


Expediente X

Señor ministro de Justicia: soy un ciudadano madrileño, pese a que no he nacido en España; llevo residiendo más de diez años en esta ciudad acogedora. En 2018 solicité la nacionalidad española por residencia. Según la ley, en no más de doce meses se debe resolver mi solicitud, pero hay prioridad política en tramitar el indulto de nueve políticos presos que cumplen condena. Este indulto se resolvería en un máximo de seis meses mientras yo sigo esperando desde hace más de dos años. Recuerde, ministro, que según su ministerio, hay un atasco de 363.000 expedientes de petición de nacionalidad por residencia desde 2019. Cada año, según el ministerio, recibe una media de 75.000 peticiones de nacionalidad y yo sigo esperando ‘la ley de los justos’. Tal vez por ser un ciudadano X.

Guillermo Infantas Noblecilla. Madrid


El regreso de Camus

Hace unas semanas el diario francés Le Monde iniciaba una serie de seis artículos bajo el lema La valentía del matiz con la figura de Albert Camus, el gran pensador argelino-francés. Ahora, el programa La compagnie des auteurs de France Culture le dedica también cuatro episodios, ahondando en el conocimiento de aquel hombre cuya vida y obra evidencian un compromiso ético y humanista sin parangón en el siglo XX. Que en estos tiempos, cada vez más polarizados y radicales, se vuelva a la figura de Camus es motivo de esperanza. Y, sin embargo, algo me llena de desazón: mientras nuestro país vecino mira por su retrovisor para rescatar aquellos monumentos de moderación, humanismo y pensamiento adoctrinales, ¿quién se encarga de traerlos de vuelta en el nuestro? Los Marañones, Ortegas, Unamunos, de los Ríos… todos aquellos liberales (en el sentido más auténtico de la palabra) que tuvimos y cuyo legado necesita ser rescatado hoy más que nunca. Dos causas se me ocurren para este vacío: la falta en nuestra esfera pública de una élite intelectual e independiente, o bien la ausencia definitiva de una minoría moderada en España. Como sea, es necesario darle la vuelta, aunque eso signifique abandonar la habitación privada y salir a la incómoda luz pública…

Pedro Argüello Mur. Correo electrónico


La ruleta rusa

La ruleta rusa es un juego de azar potencialmente mortal que consiste en que un jugador coloque una o varias balas dentro del tambor de un revólver, gire el cilindro, coloque el cañón en su sien y presione el gatillo. Se juega generalmente entre dos o más personas y utilizando un solo cartucho. El objetivo es sobrevivir y quedarse con el dinero de los demás. Quienes lo juegan conocen sus riesgos. Con respecto a la situación actual, condicionada por la COVID-19, hay conductas de ciertas personas que me recuerdan al macabro juego de la ruleta rusa. Se reúnen en grandes grupos, se abrazan, beben y se divierten sin respetar la distancia mínima de seguridad y, por supuesto, sin mascarilla. No es fácil limitar nuestro derecho de reunirnos con amigos y familiares, pero hacerlo sin las medidas necesarias es como jugar a la ruleta rusa, con la diferencia de que no sólo ponemos en peligro nuestra vida, sino también la de nuestros seres queridos más cercanos. Todos pensamos que a nosotros nunca nos va a tocar, de la misma manera que un apostador podría pensar que una bala en un tambor de seis es una probabilidad baja. Puede que a la primera no le toque. Ni a la segunda ni a la tercera. Pero si sigue jugando, un día la bala lo estará esperando. A nosotros nos ocurrirá otro tanto de lo mismo si continuamos saltándonos las normas impuestas para evitar la propagación del virus; llegará un día en que la COVID-19 estará esperándonos.

Igor Eguía. Elgoibar (Guipúzcoa)


Empujando la piedra

Hay una pregunta que se ha puesto de moda gracias al coaching y los cursos de mejora personal: ¿dónde te ves dentro de diez años? Yo tengo 55, así que tendré 65. Si pienso en mis hermanos mayores, familiares y conocidos que llegaron a esa edad hace pocos años, a todos los esperaba una jubilación dorada con viajes del Imserso, cursos de pintura, y actividades varias. Algunos, con más suerte, prejubilados y disfrutando de ello desde varios años antes. Pero en mi caso, y para los de mi generación, baby boomers que hemos pasado por varias crisis reinventándonos, nos esperan, a bote pronto, dos años más de trabajo, jubilación a los 67. Aunque todo apunta, según la opinión de economistas de renombre y algún que otro ministro, a los 68 o 69, y con diez años por delante vaya usted a saber adónde podemos llegar. Inevitablemente, me viene a la mente Sísifo, a quien los dioses impusieron el castigo de levantar una enorme piedra ladera arriba que debía dejar caer ladera abajo, para volver a levantarla, una y otra vez, eternamente. Querían enseñar a Sísifo que no hay peor castigo que el trabajo sin recompensa. A los que, como yo, ven la zanahoria cada vez más lejos, les diré que al menos Sísifo había ofendido a los dioses. En nuestro caso, solo podemos sacar en claro que podemos contestar, sin atisbo de dudas, a la pregunta de moda: ¿dónde te ves en diez años? Empujando la piedra.

Virginia Segú Selva. Correo electrónico

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