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Ingratitud

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Ingratitud

EL BLOC DEL CARTERO

Alguien que viene de otra sociedad, probablemente más humilde, nos coloca esta semana ante el más incómodo de los espejos: el que nos ofrece el trato que reciben muchos de nuestros mayores, factor que ha coadyuvado, de una forma imposible de soslayar, a la mortandad atroz que entre ellos se dio la pasada primavera. Apela la autora de la carta, desde el estupor de quien asimiló otros valores, a la gratitud consustancial a la naturaleza humana, a ese impulso de corresponder al bien y a la generosidad recibidos que es innato en las personas y que sólo habría hecho falta regar y cultivar un poco más de lo que lo hemos estado haciendo por estos pagos en los últimos tiempos. Cada uno con los que le tocan, y todos en común, debemos encontrar la manera de no reincidir en tan funesta y letal ingratitud.
LA CARTA DE LA SEMANA

Emoción de censura

A juzgar por la delectación con que muchos internautas arrojan sus invectivas sobre quienes no convergen con su irrefutable ideario, podríamos concluir que es verdadera emoción la que estos sienten por la censura indiscriminada, la descalificación y la maledicencia. Lamentablemente, somos unos cuantos los que padecemos a alguien próximo que se ufana de su insobornable sinceridad, que va de cara y suelta verdades como puños (puñetazos, más bien), considerando el civismo, la buena educación y la urbanidad atributos añejos, propios de gente acrítica, fláccida e hipócrita. Curiosamente, su jactanciosa franqueza suele referirse a los defectos, rara vez a las virtudes. Pormenorizan el error y la mácula, siendo muy sucintos con la enumeración de los aciertos. El exabrupto prolifera en esas redes sociales que, sería deseable, fuesen también algo más sociables.

Jon Arza Pérez. Pasai Antxo, Gipuzkoa

Por qué la he premiado… Por la brillante descripción de esa forma barata de la sinceridad, tan en boga.


Mirada desde fuera

He visto con gran pena y nostalgia que la mayoría de los mayores en España son dejados de lado en la vejez. Vuestros padres se han sacrificado toda una vida por hacer hijos de bien, amándolos y entregándoles las armas para la llegada de la adultez; trabajando hasta partirse el lomo, para alimentarlos y educarlos. Pero ¿qué hacen los hijos después? Se casan, abandonan el nido, se olvidan y se van. ¿Cuándo vuelven a acordarse? Cuando llegan los hijos. ¿Para qué? Para que los abuelos les cuiden a sus hijos y poder trabajar y divertirse. Pero ¿qué pasa después de que los hijos crecen y ya no los necesitan? Se olvidan de ellos. Yo me pregunto, ¿dónde está el sentimiento de gratitud por los semejantes? Y qué vamos a decir por nuestros ancianos padres, que nos cambiaron los pañales, nos dieron el biberón y, lo más importante, la vida. Entonces lo más fácil: enviarlos a las residencias. ¿Creen ustedes, amigos lectores, que todos esos ancianos de las residencias que han muerto de COVID-19 habrían fallecido si hubieran estado en casa con su familia? Y de ser así, lo habrían hecho con dignidad y amor.

Mireya Inzunza Parra. Yecla (Murcia)


Lo estábamos haciendo fatal

Parece como un milagro que, después de la pesadilla real que estamos pasando en mi residencia de mayores, una y otra vez confinado por el Departamento de Acción Social, el Diputado General de Bizkaia diga en Gernika: cambio total. Lo estábamos haciendo mal, reconoce y es cierto. Así que, cuando se pueda, nos devolverán a una vida más libre, a nuestro hogar, de donde nunca debimos salir, a nuestro entorno. Son demasiado grandes, dice él, las residencias concertadas que hay. Ahora, propone grupos pequeños, inter-generacionales, todo mucho mejor. Utilizar residencias fijas solo para casos en los que no quede opción. Esto es un gran cambio. Núcleos grandes sí, en cada comarca o zona para atender a ancianos, pero cada uno en su casa y Dios en la de todos. Con atención profesional o privada, con Internet y domótica. Enhorabuena, se ha enterado, por fin, de lo que nos pasa a quienes vivimos en las residencias. Y hoy en la prensa más: que en las residencias están o estamos, sí, empastillados, en mi opinión una barbaridad. Con mucha más medicación de promedio que otros jubilados ‘libres’. Así que a disminuir la polimedicación. Lamento que deban ocurrir desgracias irreparables para que esto llegue. Pero va a llegar para los que quedemos. Gracias.

Pedro Gil Pondal. Algorta (Bizkaia)


Simplemente, sentido común

Experimenté una gran alegría y la comuniqué a mi entorno cuando el doctor Emilio Bouza fue nombrado portavoz técnico sanitario del Grupo COVID-19 de la Comunidad de Madrid. Lo hice porque se unían cuatro puntos importantes. 1: el sentido común que entraba con su persona. 2: la extraordinaria capacidad de conocimientos y de trabajo. 3: una vida dedicada a las enfermedades infecciosas. 4: su independencia para no sentirse obligado con ningún partido político. Es difícil encontrar estas cualidades juntas en una misma persona. Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo siete años, trabajando juntos en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, en el Servicio de Microbiología, donde ya entonces su capacidad de organizar y gestionar era evidente, lo mismo que su afán por las cosas bien hechas. Mi alegría ha durado 48 horas: el doctor Bouza ha tenido que presentar su dimisión acompañada por una frase: «Creí en lo que se prometía». Señor Illa y Señor Ruiz Escudero, ¿de verdad están preocupados por la situación? Si han llegado a encontrar a un experto absolutamente neutral, con un currículum que seguro no pueden mejorar, ¿por qué la mentira de nuevo al prometer «concordia y unidad»? Por favor, ¿son conscientes de que los enfermos deben estar siempre por encima de discusiones y politiqueos? Estamos en una situación difícil, pero no hacen nada positivo por remediarla. Estos hechos generan desconcierto en los ciudadanos. Pienso que han perdido a un profesional como la copa de un pino, ‘un médico de trincheras’, un hombre honesto, libre de contaminaciones partidistas que hoy era lo mejor para todos.

A.S. Sousa. Madrid


Políticos incapaces en tiempos de pandemia

He leído en el número 1718 de XLSemanal el testimonio de un médico de atención primaria que constata desde esa primera línea de intervención los efectos de la pandemia que actualmente nos está asolando, cuando ve llorar desconsoladamente a una persona, mientras espera a la ambulancia, porque sabe que no volverá. Y escucho y leo con absoluta perplejidad, y desde un punto de vista neutral, cómo nuestros políticos mientras tanto imponen sus pretensiones frente a la necesidad de poner remedio a esta situación, o utilizando la economía como excusa. Son incapaces de hablar con rigor y ‘a calzón bajado’ de qué acciones se deben acometer e implantar para detener la propagación del coronavirus. Creo que mi sentimiento de hartazgo de la situación política actual es compartida por muchas personas, y que se incrementa al ver con impotencia el debate actual sin que se tomen medidas desde el punto de vista sanitario, por llevarse la contraria por el único motivo de ser de distinta ideología política. Soy una persona con alto factor de riesgo, por lo que me veo en la situación de la persona que esperaba la ambulancia, y desde aquí solo puedo pedir que nuestros líderes políticos se pongan en la situación del médico que me tenga que enviar al hospital.

Pedro Jiménez Fernandez. Guadalix de la Sierra (Madrid)


Me debe una caña, señor Sánchez

Esta es una historia real. Cambridge, Reino Unido. Octubre de 2020. Me encuentro en el pub donde se anunció el descubrimiento de la estructura del ADN tomando una cerveza junto con otros tres estudiantes de posgrado con los que acabo de cenar en el college. Toca, cómo no, hablar del coronavirus. Todos miran al español. Pónganse en mi situación. Cómo explico a un americano, a una irlandesa y a una alemana, que el ministro de Sanidad español, que creo que es un hombre honrado, no ha trabajado nunca en el sector médico. Que estudió Filosofía y que lleva en política desde los 21 años. Con qué cara les cuento que está ahí porque en política no hay nada gratis: siempre se pagan cuotas. Que el de Sanidad era tradicionalmente un Ministerio discreto. Pero que, claro, nadie se esperaba esto. Porque nadie espera una pandemia. Tras una pausa, todos suspiran y beben. Momento incómodo. Nadie se atreve a decir lo que está pensando, pero todos parecen entender ahora, al menos en parte, de qué va España. El único que me mira, perplejo, es el americano: «Now Trump doesn’t seem so bad!» [‘¡Ahora Trump no me parece tan malo!’]. Qué amargo fue el siguiente trago. La cerveza costaba 6 libras, señor Presidente.

David Garciandía Igal. Cambridge. (Reino Unido)


Notarios del tiempo en el Prado

Enfrentarse al Museo del Prado es hacerlo con nuestra propia historia colectiva. Lo saben bien Antonio López, Alberto García-Alix, Soledad Sevilla, Rafael Canogar o Miquel Barceló, protagonistas del reportaje El Prado de mi vida, publicado en el número 1718 de XLSemanal. Creadores frente a creadores. Todos ellos observan en esa colección de cuadros y nombres una manera de asomarse a este país, una manera de calibrar sus entrañas y de traducirlo en el interior de un lienzo que ejercerá de notario para el futuro. Pero también lo entienden como parte de su formación, de su mirada a la existencia a través del universo plástico que se ha ido sedimentando en su memoria al mismo tiempo que lo hacía en la de España. Ante Goya, ante Velázquez, ante Antonello da Messina o Rubens cada uno de ellos comprende su auténtica realidad como creadores. Dudas e incertidumbres supuran de ese enfrentamiento, al tiempo que se convierten en aliento para su propia obra y para la observación de una sociedad, quizás no tan diferente de la que contemplaron aquellos pintores. Cuando todo va tan rápido en el exterior de la pinacoteca, el silencio que emana de esos cuadros o el caminar por unas salas llenas de miradas es un trazo firme que plantea el arte como manera de comprendernos y de explicarnos, como sociedad y como seres individuales, y en la que el artista renueva en cada época ese sentido fedatario de su obra.

Ramón Rozas. Pontevedra

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