Adolescencias. Lorenzo Silva
EL BLOC DEL CARTERO
Llevamos unos meses en los que casi se ha convertido en un lugar común la queja respecto de la inconsciencia de los más jóvenes. No sin algún motivo: que se lo pregunten si no a los granadinos o a los salmantinos, que tan caras han pagado esas incontroladas celebraciones universitarias. Pero hay adolescencias y adolescencias, y ni las más atolondradas suceden solo antes de los veinte años ni a la sensatez se llega necesariamente después de esa edad. Leamos esta semana a dos adolescentes que en sus cartas demuestran conciencia y hondura en la mirada, pese a la cortedad de sus años. Es ese acto de pararse a mirar y calar bajo la superficie apresurada de las cosas el que hace madurar y nos da esperanzas. Y no faltan jóvenes que lo practican.
LA CARTA DE LA SEMANA
Pasos de pandemia
Allá por el 15 de marzo escuché los sabios consejos de un experimentado responsable de Médicos Sin Fronteras (MSF) en pandemias. Nos hablaba de mantener la calma, filtrar noticias por un canal adecuado, comer de forma saludable y hacer algo de ejercicio. Y así empecé yo. Preguntaba a mi mujer cuántos pasos daba al día. Entre 10.000 y 15.000. Yo cambié esos pasos por kilómetros, bicicleta estática al estar confinado, el caminar al trabajo y, últimamente, acompañándola en coche al hospital para hacer mi vuelta desde allí corriendo. Ella aún no lo sabe, pero ayer llegó a los 1000 kilómetros. He perdido 28 kilos. Pero el mérito no es mío, es de mi mujer. Ella es enfermera y sus pasos y carreras por pasillos, habitaciones, ascensores de la planta de COVID los decidí cambiar por kilómetros. Fue mi forma de unirme al esfuerzo, disciplina y sacrificio que como a muchos otros enfermeros les ha tocado hacer. Ahora toca ser también esa primera línea y estar unidos, estas personas son la primera línea de un virus que no ha dado descanso. A todas ellas debemos ofrecerles nuestro compromiso de que cada día cuando salgan y se quiten sus trajes, patucos, gafas, guantes y aparezcan sus marcas en la cara sudada con ojeras van a ver una sociedad que responde a un virus que se combate haciendo solo lo ‘esencial’. Será entonces cuando veremos sus sonrisas dibujadas en las caras y rostros brillar de nuevo, señal de que vamos por el ‘buen camino’.
Pablo Gozalbes Alonso. Correo electrónico
Por qué la he premiado… Por hacernos ver lo que nos queda por andar a los que no corremos por esos pasillos
La vida
Hay muchas formas de compararla. A mis trece años, la veo como una vela. Los padres encienden esa vela, nuestra vida. La cera simboliza los años preparados para que los vivamos. Cada uno tiene más o quizá menos cera. La mecha representa el paso del tiempo, que nos debilita poco a poco. Hay mechas que alumbran más en la penumbra, son las que más ayudan a ver la luz. Igual que algunas vidas. Pasan los años, la cera se funde. La mecha se gasta y la cera va percibiendo el frío tacto del candelabro. El final de la cera es el periodo más doloroso. Afortunados quienes lo alcanzan. En las velas más fuertes la llama perdura. Otras velas se apagan de repente, en el momento menos esperado. Una ráfaga de viento repentino las apaga y se lleva sueños inacabados, esperanzas en vano e ilusión perdida. Nadie sabrá nunca cuánto podría haber irradiado esa mecha. Nadie sabrá nunca si esa será su vela. Cada vela es un regalo, en especial la tuya, cuídala y valórala como se merece.
Inés M. A. A. Madrid
Una víctima del coronavirus
Tengo quince años y, hablando con mis padres, me he enterado de una víctima del coronavirus que vivió en el siglo XIX y murió en 1920: Benito Pérez Galdós. El coronavirus se ha llevado por delante la celebración del centenario de su muerte. No lo conocía mucho, aunque me he enterado de que muchas de sus obras tienen lugar aquí en Madrid. Pisando las calles que él describe, me doy cuenta de que no ha tenido mucha repercusión su aniversario. Creo que el mejor modo de homenajearlo será descubrir sus libros. A ello me pongo.
Ignacio T. R. Madrid
Paseo por Barcelona
Camino despacio, arrastro mis pies. El suelo es desigual, plagado de socavones y cráteres lunares en los adoquines, los panots de mi ciudad, la Ciudad Condal. Las aceras, sucias y llenas de detritos de toda índole, me impiden caminar sin tropiezos. Hay escombros al lado de los alcorques de los pobres y supervivientes árboles. Me superan a ras bicicletas, patinetes, carros de supermercado, transportistas con remolques… Vienen sin orden ni concierto. No siguen el sentido de la circulación. Hasta me ha adelantado un motorista que intenta dar un rodeo, supongo, para cambiar de rumbo acortando camino sin seguir las normas. No he visto guardia alguno. Tengo ochenta y seis años. Soy un peatón frágil. El andar por la acera de mi calle se ha convertido en un deporte de riesgo o, como dicen mis nietos, un deporte X-Trem. Nadie respeta a nadie, todos van a su aire con una prisa que no lleva a ninguna parte. Recuerdo una lección de mi infancia: «Mi escalera es mi casa. Mi casa es mi calle. Mi calle es mi barrio. Mi barrio es mi ciudad. Mi ciudad es mi país. Mi país es el mundo». (A la memoria de mi padre, Germán López Gascón, barcelonés de adopción, fallecido el 2 de abril de 2020 en el hospital de Sant Pau de Barcelona).
María Lourdes López Cobo. Barcelona
Ley de Reconciliación Nacional
La Ley de Memoria Histórica y las series acerca de ETA están logrando cosas que nadie pensaba. La Ley de Memoria Histórica está cambiando el nombre a calles por temas políticos, y así enfrenta a los ciudadanos, algo que no sucedía desde hace 45 años. Enhorabuena. Las series acerca de ETA han creado, por la visión que se da de los terroristas en algunas de ellas, enfrentamientos por temas políticos en las cuadrillas del País Vasco. Algo que hace diez años que tampoco sucedía. Enhorabuena también. Todo el mundo exige, yo también; quiero una Ley de Reconciliación Nacional, y monumentos en cada municipio con todos los muertos de ambos bandos en la Guerra Civil y en el conflicto vasco, grabados en la misma placa. Quiero calles con nombres de víctima y verdugo. Actos de reconciliación entre culpables y víctimas, sin exigencias, solo actos de reconciliación. Y políticos valientes que aprueben esta ley con el objetivo de unir el país y no perpetuar la división actual. Y una serie en la que una/un etarra se enamore de una/un guardia civil. Basta de recordar con odio, nunca cambiaremos nada así. Necesitamos un profundo cambio de actitud.
Roberto Rodríguez Vesga. Bilbao
Quieto todo el mundo
Estaba ayer en mi habitación más o menos prestada de la residencia donde vivo o intento vivir. Y de repente, y como ya casi es costumbre, vino una mujer, en teoría, enfermera y me dijo: «¡Quieto todo el mundo!». Sin más, sin motivo, sin plazo, sin orden foral no se sale a la calle nadie y nunca. Pues así es la vida aquí. Y no creo que a nadie le interese. Es igual quejarse o no a la autoridad competente, porque viene a ser como la militar, por supuesto, de aquel tremendo relato. Solo contesta esa autoridad: que no, que no y que no. Sea por teléfono, por e-mail o por lo que usted quiera o pueda. No exagero. Ya sé que es como darse coces con el aguijón, pero me desahogo así. Gracias.
Pedro Gil Pondal. Getxo (Bizkaia)
Morir acompañado
La COVID-19 ha golpeado muy fuerte en todo el mundo; parecía que estábamos preparados, pero no. Los hospitales se han llenado y ha faltado personal y medios sanitarios; las pobres personas contagiadas por el coronavirus no han podido recibir visitas de sus familiares: aunque se estuvieran muriendo, tenían que quedarse solas. Pero esto no pasaba solo hace cuatro meses, cuando estábamos confinados, sino que aún sigue pasando, y no me parece bien que la gente actualmente por cualquier enfermedad (no solo coronavirus) tenga que morir sola en el hospital sin ningún familiar a su lado. Aunque el personal sanitario hace lo mejor que puede para que no mueran en la soledad, no hay tanta gente para eso. Me parece que esto no debería permitirse, ya que es un derecho fundamental de la persona morir acompañado y no en la soledad.
Luis Sánchez Paz. Correo electrónico
Inmunizados
«Buenas noches. Este es el informativo que le acompaña desde su cadena preferida…». Jorge cenaba con María, su mujer. Un poco antes de las nueve de la noche procuraban estar sentados a la mesa, atentos a la televisión para poder estar al día de las novedades, tan importantes en estos tiempos de pandemia. Hoy, junto con una crema de verduras casera, iban a compartir una tortilla de patatas excelente. Atentos a la pantalla, cuando el presentador habló de las demandas de Donald Trump para tratar de ganar las elecciones, Jorge lanzó un exabrupto, enfadado, maldiciendo, y María lo acompañó en los comentarios de indignación sobre la noticia. «En otro orden de cosas, hoy el Gobierno ha cambiado los criterios estadísticos y esto ha provocado que se hayan contabilizado 1300 muertos que se habían perdido y que se suman a los 247 de hoy…». Ambos apartaron la mirada de la televisión. Jorge escanció un poco más de vino y María se levantó para coger un trozo de queso de la nevera. «Y es que el número de muertos es similar a como si se estrellara un avión de pasajeros cada día…». Él le preguntó si la película de la noche sería interesante o si seguían con la serie que estaban viendo, pero ella hizo un chiste fácil sobre lo que quería hacer y Jorge sonrió con un ademán de brindis… mientras el presentador ampliaba la noticia, sorprendido por la escalada de muertos por COVID-19, la negativa progresión de la pandemia y los malos augurios sobre los que iban a fallecer en los próximos días. No se inmutaron. Y no lo hicieron porque, quizá también como usted, querido lector, no estamos inmunizados contra el virus, pero sí contra las noticias de los muertos que causa el virus. De tanto oír números de muertos, nos hemos habituado. Es triste, pero es así.
Juan Vicente Llau Pitarch. Valencia
Que no se olvide
El pasado día 7 de septiembre me realizaron un trasplante en el hospital de Cruces por el cual quiero dar las gracias a todos, desde el personal de limpieza hasta el último cirujano que han intervenido, además de al personal del hospital de San Eloy, que me ayudó a poder llegar a ese momento (que no todo el mundo llega y no ha sido nada fácil). Pero sobre todo quiero que no se olvide a la persona ni a la familia de esa persona que donaron ese órgano para que yo pueda tener esta oportunidad de seguir viva. Desde lo más profundo de mi corazón, gracias.
María García Sertutxa. Sestao (Bizkaia)
La entrada Adolescencias. Lorenzo Silva aparece primero en XLSemanal.