Quantcast
Channel: Cartas de los Lectores – XLSemanal
Viewing all articles
Browse latest Browse all 201

Gobernar

$
0
0

Gobernar

EL BLOC DEL CARTERO

A veces uno se pregunta qué entienden por gobernar quienes lo hacen, sea cual sea el ámbito de su acción de gobierno. Para quienes están más pendientes de hacer ver el poder que ostentan, o de auparse en su magistratura para despachar con los improperios de turno a quienes cuestionan sus decisiones, quizá no esté de más leer un par de nuestras cartas. Hay ciudadanos, por ejemplo, que esperan que quien gobierna asuma responsabilidades, tanto por lo que hace como por lo que deja de hacer. Hay otros, venturosamente, que aun inmersos en un clima de crispación y desprecio al contrario –tildado de facha, proetarra o lo que se tercie– se niegan a aborrecer a quien no piensa igual. Lo de gobernar no es tan fácil. Y menos aún lo es saber estar a la altura.

LA CARTA DE LA SEMANA

Abrázame, que nunca se sabe

 Casi todas las infancias de mi generación (tengo veintisiete años) contienen una vivencia común: los atracones forzosos en casa de los abuelos. «Cómetelo, que nunca se sabe cuándo puede venir otra guerra», solía decir la mía, aunque fuese un garbanzo lo que me dejase en el plato. Su gran trauma colectivo fue el hambre. Y por eso, desde entonces, atesoraron, previsores, cada ocasión de alimentarse como si pudiese ser la última y vieron en cada mesa llena un privilegio. Mientras tanto, nosotros, capaces de vaciar sin remordimiento media nevera en la basura, crecimos en una burbuja de presunta seguridad en la que, estábamos convencidos, nunca pasaría nada. Ahora recibimos nuestra primera herida. Si esta pandemia es nuestra guerra, nuestra hambre es de contacto, y creo que nuestros traumas serán el aislamiento y la distancia. Por eso, me pregunto si en un futuro no nos convertiremos en precavidos atesoradores de cariño y dedicaremos a nuestros nietos frases como la que titula esta carta.

Ricardo Ramos Rodríguez. Calatayud (Zaragoza)

Por qué la he premiado… Porque, vengan o no vengan más pandemias, es un excelente consejo.


¿Creen de verdad que es suficiente?

Hay cosas que cuesta trabajo entender. Una de ellas es que la omisión, dejación o no adopción de acuerdos a su debido tiempo supone la asunción del mismo grado de responsabilidad. Y no vale eso de trasladar la responsabilidad del ejercicio del poder a los ciudadanos. Para que quede más claro, basta un sencillo ejemplo: imagínense un conductor de automóvil que se salta un semáforo en rojo, atropella a un peatón y, encima, lo inculpa del atropello y lo denuncia por imprudente. Sencillamente, esto es lo que hacen con nosotros. Nos piden de nuevo otro sacrificio, limitar uno de nuestros derechos fundamentales, como es la libertad de movimientos. Pues bien, nosotros, sumi-sos, aceptamos ese nuevo esfuerzo, pero me pregunto: ¿ustedes cuándo se van a sacrificar? Yo veo que el sacrificio es solo de los ciudadanos. Sin ir más lejos, se tomaron sus vacaciones de verano y ¿cuántos mileuristas y autónomos las pudieron disfrutar? Les pagamos para que gobiernen y una de las premisas del buen gobierno es la de predecir, solo predecir, no adivinar, aquello que probablemente va a suceder si no se adoptan las medidas adecuadas. Recuerden que ya entonces, en el mes de junio, advertían de una segunda ola de la pandemia para el mes de octubre, y yo me vuelvo a preguntar: ¿qué han hecho? ¿Advertir o gobernar? Me temo que se quedaron solamente en lo primero. ¿Creen que es suficiente?

José Luis Torres García. Granada


Treinta y seis centímetros y medio

Me miraron despectivamente mientras esperaba en un semáforo a que cambiara a color verde. Los dos chicos con pintas de okupas radicales y alternativos escoltaban a una chica de unos 20 años, pelo verde y púrpura, rastas sintéticas, mogollón de piercings en la cara, galgo sucio y famélico como mascota. Los observé con curiosidad preguntándome qué estaban mirando, pues, evidentemente, no les agradaba. ¡Leches! Caí en la cuenta de que la causa de su mosqueo era el logotipo bordado de la bandera de España en el lateral superior de mi mascarilla. La chavala les comentó: «Vaya pedazo de facha, si hasta lleva una pulsera de la Virgen del Pilar con los colores rojo y gualda». Hemos llegado a un momento tal de máxima tensión y confrontación colectiva en nuestro país que llevar en la muñeca los treinta y seis centímetros y medio que tiene la medida de la Virgen del Pilar, adornados con los colores de la enseña nacional, es ser fascista. ¡Qué mal rollo había en el ambiente! Sin embargo, al rato, se me pasó el mosqueo. Todos somos muy diversos, Más: tenemos que convivir juntos. El individualismo genético, heredado o aprendido, dignifica al ser humano. La personalización de la indumentaria, de la vestimenta, de los complementos… Es decir, ‘la coquetería de siempre’, es uno de los pocos valores estéticos y de los lujos permisibles para la gente normal, para los que otros, la élite económica o intelectual, consideran simplemente plebe. Sonreí, entonces, divertido.

Miguel Romanos Mur. Zaragoza


No perdamos más batallas

Escuché recientemente a una eminencia en oncología que la herramienta de trabajo más importante de un buen oncólogo era su silla. El oncólogo que le asignaron a mi padre hace seis meses no debe de tener silla. O, si la tiene, nunca la ha usado para sentarse en ella y mirando a los ojos de mi padre explicarle cuál era el estado de su tumor, cómo iba a ser el tratamiento de quimioterapia por el que se había optado, cuáles podían ser sus efectos secundarios, de qué modo se espaciarían las sesiones y, por qué no, cuáles eran las posibilidades de vencer esta batalla. La batalla se perdió. Mi padre falleció el pasado 26 de agosto, y su oncólogo no sabe de qué color tenía los ojos porque nunca usó su silla para sentarse frente a él. Las frías llamadas telefónicas para confirmar la siguiente sesión de ‘quimio’ no permiten ejercer empatía, no confortan, no transmiten esperanza, no tranquilizan y no ahuyentan el miedo que se siente en una situación así. Puedo entender que la pandemia a la que nos enfrentamos haya cambiado las reglas de la relación entre médicos y pacientes, pero creo que la cercanía del trato personal es imprescindible en el tratamiento de determinadas patologías. Y, tomando todas las precauciones que sean precisas, necesitamos que se siga atendiendo personalmente a estos pacientes, porque me consta que ya se han perdido muchas batallas como la de mi padre en estos últimos meses.

Antonio Luis González Fernández. A Coruña


Tengo miedo

Soy una mujer de 65 años recién jubilada, después de trabajar durante 46 años como administrativa de una multinacional. Nunca tuve miedo a perder mi trabajo, tenía dos manos para trabajar en lo que fuese necesario. En cambio, ahora, mi jubilación depende de la buena o mala gestión de los políticos y hoy sí tengo miedo a perder esa seguridad por la que he luchado y cotizado tantos años. Por favor: gestionen bien, ya no tenemos fuerzas para trabajar.

Carmen del Río Felipe. Bilbao (Bizkaia)


Interesarse por ellos

En una localidad cordobesa se demostró hace años que el índice de delincuencia era muy inferior al que se daba en poblaciones similares de la provincia. Hubo el lógico interés por investigar. Fueron entrevistadas muchas personas, y lo que más llamaba la atención, cuando se intentaba saber qué circunstancias consideraban que habían influido positivamente en llevar una vida honrada, bastantes mencionaron a una maestra. Los investigadores localizaron entonces a la maestra, una anciana, ya jubilada, y conversaron largamente con ella. La frase más significativa, y que arrojó mayor luz sobre aquel hecho sorprendente, fue esta, tan sencilla: «¡Cuánto quise yo a aquellos muchachos!». Siempre se puede ver la botella medio llena o medio vacía. Y todos vemos los problemas que tienen, y a los que se enfrenta, la gente joven. Pero está claro que el único modo de animarlos es interesarse por ellos y querer ayudarlos.

Rafael de Mosteyrín Gordillo. Córdoba


Con nosotros no se puede

Vivo en A Coruña, en la calle peatonal de un barrio obrero, multicultural y multirracial, con mucha vidilla y, en tiempos pre-COVID, lleno de críos jugando por doquier. Vaya por delante que me gusta mi barrio precisamente por eso. Mejor dicho, me gustaba. Ahora es diferente, aunque no lo parezca. Desde que cerraron las cafeterías y restaurantes y solo permiten abrir a las que hacen cafés y comida para llevar, ha aparecido en mi barrio, y supongo que en otros similares, un nuevo concepto: ‘el banco-terraza’. Entiendo que cuando el Gobierno habló de ‘comida y bebida para llevar’ se refería a llevárselo cada uno a su casa o a su trabajo, pero no cayó en la cuenta de que en las calles peatonales hay multitud de bancos, muy xeitosos, prácticamente enfrente de las cafeterías y restaurantes. Así que mucha gente compra el café o la cerveza y se lo toma en el banquito, más apiñados aún que en las mesas de las terrazas, unos sentados y otros de pie, haciendo corro, cigarrito en mano y sin límite de permanencia en el banco. El colmo fue el sábado por la mañana, cuando vi a dos señoras, ya mayores, con su mesita plegable enfrente del banco con su cruasán y su cafecito encima de la misma. Está visto que con nosotros no se puede.

Ana María. Correo electrónico

La entrada Gobernar aparece primero en XLSemanal.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 201

Trending Articles